Firmamentos de papel
¹ Cuestiones lingüísticas sobre el texto oral. Vidal Lamíquiz. Epos. Revista de Filología. 1993
² La palabra PUETA era usada a finales del siglo XIX para referirse a poetas populares, de esos que se juntaban en las peñas para recitar sus versos. Fuente: http://etimologias.dechile.net/?pueta
³ Guillermo Velásquez Benavides – Huapanguero de La Sierra Gorda, México. Publicado en Encuentro de Payadores Casablanca, Chile 2007
Metáfora, pensamiento y lenguaje. Marcel Danesi. Mínima del CIV, 200
La palabra como una entidad poderosa que nos conecta con toda clase de universos.
Vivimos ahora entre letras de luz (o la ausencia de ella). En un libro impreso, habla la tinta, en un dispositivo electrónico, el bajo voltaje. Da la sensación de que estos universos se expanden entre lo real y lo virtual. Y la pregunta que se ceba aquí es: ¿Leemos más?
Hay otro factor que debemos de tomar en cuenta, la obra convertida en ondas sonoras. El auge del audiolibro nos muestra el entusiasmo por nuevos y viejos lectores por disfrutar de creaciones literarias. Los libros fluyen de formas diversas. Aún así ¿leemos/escuchamos más?
Una tarde fui a visitar a uno de mis hermanos. Entre mis cosas traía “Al Este del Edén”. Me puse a mirarlo y opté por leer un poco. Uno de mis sobrinos se acercó y me dijo: “¡Qué libro tan gordo y cuántas letras tiene, tío!” “Es un ejemplar”, le dije, “que guarda todas las letras del alfabeto, además tiene un montón de palabras, muchas frases y oraciones, pero a pesar de que está bien gordo es muy poco lo que se puede decir del mundo que nos rodea y hay tantos libros que no hay una vida entera para leerlos todos”.
Se le ocurrió que “los cuentos y los cómics tienen pocas letras. Así sería más fácil leer y la vida te podría alcanzar para hacerlo”. Ah, sí, economía de lectura. “Espero”, continué, “que cuando seas grande, te guste leer no importa cuántas palabras se hayan escrito. Mira, el libro es como un cuenco de letras.
Cuando estás chico, comes en un platito y cuando seas mayor, irá creciendo tu plato y tu apetito por leer”. “¡Como una sopa de letras! ¿Y cuántas palabras hay en el mundo?”. “Bueno, muchas ¿Has visto las estrellas?” le pregunté. “A veces”, contestó. “Los libros son como las galaxias, pero con cielos de papel; son firmamentos blancos con miles de letras negras, como estrellas, y cada una de ellas dice algo distinto”.
“Entonces”, dijo meditando, “Las palabras no se acabarán nunca”. Me puse a pensar, dudé. “Al parecer, no”. Él tomó el ejemplar, lo pesó y luego lo hojeó. “¿Y qué me dices de las que no vemos?” “¿Cuáles?” “Las invisibles, las que hablamos”. “Ah, como ahora, justo así ¿eh?” Me miró con curiosidad. “Las que oyes en el radio” “Las que piensas”, exclamé, “Oh, son muchas, muchísimas palabras” Sí, los son, ¡Uf! Muchas.
“Los telescopios capturan lo que emiten las estrellas y los libros lo que dicen las palabras”, le aclaré “¿Cómo una cámara de letras?”, preguntó, entusiasmado. “Anda, algo así.” Luego, entrecerrando los ojos, preguntó: “¿Y para las invisibles?” “Bueno, contamos con las grabadoras que captan el sonido de las letras y lo registran.
Las estrellas también emiten ondas que no vemos, pero se pueden ver gracias a un aparato que se llama espectrómetro.” “Ah ¿Entonces, las estrellas hablan?” … “Mmm, de alguna manera, las estrellas nos dicen algo de sí mismas, como si nos hablaran y nos dijeran de qué están hechas ¿Qué te parece? Las palabras hacen algo similar” “Oh”. Medité un poco en la forma en que esos universos literales de urdimbre casi celestial configuran nuestro entorno, imaginario o concreto.
“Los telescopios capturan lo que emiten las estrellas y los libros lo que dicen las palabras”
El texto es, según el lingüista español Vidal Lamíquiz, “un resultado lingüístico plasmado como realidad enunciativa, actualizada y hecha concreta, capaz de ser contemplada empíricamente en dos aspectos concomitantes y mutuamente dependientes que se prestan a experimentación: la realidad observable de su sucesividad sintagmática discursiva y la realidad interpretable de su contenido comunicativo¹”.
Contamos entonces con el “universo visible” de las letras y, como Vidal explica, que “por inercia de nuestra tradición social escrita, de premisas apoyadas eminentemente en lo literario, se ha considerado el texto escrito como texto por antonomasia. Y, como tal texto escrito, se le concede automáticamente la característica de perfección, con modelos de referencia fundamentados en una permanencia clásica”².
Por otro lado, el “universo invisible”, al que por asociación con la astronomía le llamaría el “universo espectrométrico”, representando la tradición del texto oral. Así, extendiendo la metáfora, la palabra, el texto, tendrían una doble naturaleza, —como la luz—, una como partícula (la tinta o el tóner) y otra como onda (la sonora).
Por lo general pensamos que el texto hablado, e incluso, el que es pensado, será “improvisado, descuidado, irreflexivo, desacertado, repleto de frases abortadas, incompleto, plagado de incorrecciones e, incluso, connotado como basto, vulgar e inculto”.
Existen textos escritos con esos terribles defectos, así que no es una característica inherente del texto oral, éste “se propone como primordial finalidad satisfacer las fundamentales necesidades humanas de la intercomunicación, sencilla y diaria, en las imprescindibles relaciones sociales que son directas e inmediatas”.
Los escritores crean los discursos visibles y el “Trovador, Pueta, Bertsolaris, Cantador, Repentista, Payador, Valonero, Verseador, Trovero —muchas maneras distintas de nombrarlos y un solo ser verdadero: oficiantes de la palabra hablada o cantada inserta en la mayoría de los casos en diversas estructuras musicales o melódicas que ayudan a potenciar la comunicación con el publico; porque esta es una de las características mas definitorias de nuestra poesía trovadoresca; es una poesía publica por naturaleza.
No se trovan los versos para imprimirlos sino para pregonarlos en público, es solamente así, como se cierra el círculo mágico; el trovador en relación dinámica con la gente, interactuando con ella que a su vez, sabe (cuando menos básicamente) de que se trata y algo y mucho espera de quien se asuma como ‘pueta’².”³
«Veas o no veas la palabra, está allí, como una entidad poderosa…»
Por otro lado, los textos pueden ser literales o figurativos. La literalidad es adecuada para el ensayo, la crónica, el manual, la tesis, etcétera. En cambio, la expresión figurativa va acorde con la poesía, la narrativa ficcional, el drama, el canto.
Sin embargo, en los planteamientos demostrativos, ya sea en la ciencia como en la pedagogía, estás dos características de la lengua se intercalan, lo figurativo, puede ahondar en la explicación de lo literal y lo literal puede desentramar lo figurativo.
La metáfora, por ejemplo, puede ser un instrumento válido tanto para el trovador como para el cronista, el científico o el académico. Describir e imaginar son dos funciones del lenguaje que han derivado en historias y mitos, en paradigmas filosóficos y metafísicos.
Esto nos da paso a una tercera dualidad de la expresividad, el carácter léxico y el carácter sígnico. De éste último destacamos la figura, el gesto, la señal o el símbolo, cuyos significados no son textuales.
En su “naturaleza de onda”, invisible a la lectura formal, tendrían un significado visual cuya calidad expresiva deriva del mutismo verbal. Marcel Danesi, un estudioso de la semántica afirma que “en las últimas décadas, el estudio científico de la metáfora ha permitido, por otro lado, entrever una interconexión sígnica entre todos los lenguajes del hombre, verbales y no verbales”.
Así que, veas o no veas la palabra, está allí, como una entidad poderosa que nos conecta con toda clase de universos, incluso a lugares insospechados en la imaginación creativa. Leer, en sus variadas formas, es abrir de tajo otros mundos.