OPIA.MEDIA

Duarte De Calatrava

Notas Epistolares

Epístola Segunda

EPÍSTOLA SEGUNDA

VINTERFELD

29 DE NOVIEMBRE, 2021 / DÍA 173 D.O

Mi muy querido Saturnino,

Me aflige el alma no recibir noticias suyas. Estoy deseando leer su escrito sobre los propósitos vitales en los que yo pienso a veces más de lo debido desde mi posición de empoderado y rey.

Ya que ha pasado mucho tiempo desde nuestra última conversación, pero quisiera contarle una de las anécdotas sucedidas aquí en el reino de Vinterfeld.

De cómo los enanos intentaron rebelarse y su castigo.

Es bien conocida por vos la gran montaña de Vinterfeld, el Mulhadín, en la cual escondo, con mucho apego, mis múltiples gemas y tesoros tan valientemente conseguidos en las batallas de los campos de aquellos años que compartimos guerreando.

Es por todos sabido que la raza enana, de largas barbas y fuertes brazos, fue destruida en el gran aquelarre que realizó nuestro rey vecino. Pero eso solo es lo que la leyenda cuenta ya que, en su huida, los pocos que quedaron intentaron tomar refugio en las tierras de Vinterfeld suplicándome asilo y protección.

Yo, diplomático como bien conoces, tuve la indecisión de si mandarlos de vuelta al rey vecino, muertos en bandejas de plata (por ganarme el corazón de su joven hija a la que sabes que amo) o de ofrecerles cobijo bajo las acogedoras paredes de la montaña del Mulhadín.

Fue difícil, y como gesto de buena fe por mi parte ya había recogido algunos cuerpos muertos del campo de batalla para mandarlos posteriormente a mi vecino. Por tanto, envíe esos cuerpos acompañados de una epístola bien redactada explicando cómo habían venido a mis tierras y sin vacilación había hecho presa de ellos.

Por otra parte, los acepté en el reino y ahora los enanos que quedaron vivos habitan la montaña, han vuelto a forjar las herrerías y han creado una gran ciudad subterránea. En estos 10 años no han parado de hacer pequeñas celebraciones en las que copulan como diablos y se reproducen exponencialmente.

Son una raza feliz que protegidos por mi mano me ofrecen grandes obsequios. Los demás habitantes de Vinterfeld han hecho un pacto de guardar silencio y también reciben generosos regalos de nuestros apreciados huéspedes.

Pero bueno, he aquí el conflicto. Una tarde, el caudillo de los enanos, el viejo y sabio Umbold vino a palacio, saltándose la normativa estricta de no abandonar la montaña hasta yo haber asegurado que ningún visitante extranjero hubiera en la ciudad.

Para sorpresa de todos, abrió las puertas del comedor real y se armó la de dios. Estaban ahí los jóvenes príncipes vecinos, emisarios del sur, el viejo visir de Siria y otros amigos que no conoces personalmente. ¡Si vieras las caras de todos! ¡Si vieras la cara de Umbold mi viejo amigo! ¡Maldita sea!

¡UN ENANO! ¡UN ENANO! Exclamaban todos. Yo rápido y furioso saqué el cuchillo que guardo bajo mi asiento por evitar posibles regicidios y me dirigí hacia él. Umbold tenía la palabra señor en la punta de la lengua, pero al ver mi reacción rezó por dentro que esto solo fuera una actuación ya que mis ojos estaban llenos de ira (sabes lo buen actor que soy por nuestra formación en los teatros de Roterdam).

Umbold se arrodilló esperando su muerte y en lo que parecía que iba a degollar su garganta, desplacé el cuchillo y le di con el canto en la misma sien cayendo él de lado inconsciente. ¡Guardias! Exclamé, ¡A las mazmorras! Cuando despierte convocadme para interrogarle.

Hubo un gran número de preguntas que supe atajar castigando a mis guardias por haber permitido semejante intromisión y prometí colgarlo y buscar a los demás enanos que pudieran haber sobrevivido al aquelarre del rey vecino.

Dos días más tarde, tomando una copa de vino con Umbold en las mazmorras y hablando de filosofía se oyó gran revuelo en las afueras del palacio. Eran todos los enanos armados hasta los dientes buscando a su líder.

Salimos el uno al lado del otro y se celebró un gran festín en el que enanos y no enanos de Vinterfeld bebieron, comieron, bailaron y rieron.

Este incidente no quedó aquí, los enanos fueron castigados y una gran puerta de plata se instaló en las montañas. Esta puerta solo quedaría abierta cuando fuera seguro para ellos salir y por culpa de su valiente líder perdieron la opción de ser libremente cautos.

No se por qué te cuento semejante acontecimiento, pero buenas risas hemos pasado en tus visitas con Umbold y su mujer en los jardines y los bosques de Vinterfeld.

Querría invitarte a visitar la majestuosa puerta de plata que ellos mismos han construido como castigo propio y que te unieras a sus festividades este invierno bajo el calor de las paredes del Muladín.

Sin más dilación me despido cortésmente,

Duarte de Calatrava

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